La Tribuna de Valladolid
Se llama Manuel Blanco, ha nacido en Daimiel (Ciudad Real) y tiene un don: emana música e inteligencia a partes iguales.
Un trompeta poseído por una técnica endiablada en la que la precisión, la potencia y la velocidad están subordinadas a una disciplina. Se llama Manuel Blanco, ha nacido en Daimiel (Ciudad Real) y tiene un don: emana música e inteligencia a partes iguales.
La música que se escucha esta noche en la Sala Sinfónica Jesús López Cobos es fruto del conocimiento y de la búsqueda que atesoran la OSCyL, Josep Pons y Manuel Blanco.
El programa está hecho a conciencia. Bizet, Zimmermann y Shchedrín. Y esta hecho a conciencia porque cada nota, cada sonido de estos tres compositores se convierte en un juego de sugerencias que se sella en la memoria sentimental del oyente. Claro que es necesario estar muy atento para no perder detalle.
El maestro Josep Pons tiene la capacidad de extraer de la partitura matices exquisitos y muestra al oyente toda la coloratura para sea capaz de sumergirse en la partitura y absorber la esencia de la música de manera espontánea. Tiene también otra cualidad: los conciertos que dirigen tienen alma, corazón, vida, respiración, aliento y fuego.
Su mirada de cernícalo todo lo abarca. Si el intérprete no está atento, con la mirada le guía, le reconduce, le alienta, y, con las manos le ayuda a recuperar las emociones. Porque Pons sabe que la partitura no es la verdad. La partitura no lo es todo. La obra existe de verdad cuando la orquesta la trasforma en sonido. El sonido es lo que dota de sentido al concierto.
El oyente es el encargado de adaptar los sonidos a las diferentes situaciones, recuerdos que le pasan por la cabeza: situaciones de angustia, desesperación, alegría, temor, tranquilidad, ternura, de comodidad, de carencia de hogar o de lucha.
El público, desde que escuchó la primera nota de la trompeta de Manuel Blanco fue capaz de unirse, de fundirse en su sonido y sin perder la concentración fue sumido en un universo, en un universo sonoro donde no había dolor, desgracia ni muerte. Era el Paraíso.
La OSCyL sonó mejor que nunca. Su música sonaba como si estuviéramos en un país extranjero. Como dice Daniel Baremboim, una pieza musical, por breve que sea, puede provocar la sensación inmediata de haber pasado por una vida entera.
Y de repente, sonó la última nota y desapareció el sonido. Habíamos vivido algo que existía y ya no existe. Nos esperaba el frío para poder volver a la realidad obligatoriamente.